Iba por una de esas calles
céntricas, bastante transitada, pero no tanto como las avenidas principales, en
las que los empujones y las aglomeraciones son una constante. Andaba yo cargado
con varias bolsas, mirando al suelo. Algunos inclinan más la cabeza hacia
arriba, yo soy de aquellos que cuando va cargado va mirando al suelo,
observando de reojo todos los obstáculos que tengo que esquivar. Sorteaba
árboles, bancos y a alguna que otra persona que paseaba tranquilamente. Unos
metros adelante andaba a una velocidad parecida a la mía un hombre con
sombrero, yo lo tenía como referencia pues marcaba el ritmo ideal para mi
vuelta a casa. Supe que tenía sombrero y que vestía de color marrón, porque mi
visión “reojística” está realmente desarrollada, desde mi época como estudiante
en la que conseguía copiarme a la perfección las respuestas del compañero (y no
sólo en los exámenes tipo test). Pero no me desvío más del tema. Andaba yo
manteniendo el pulso firme para que las bolsas no chocaran contra mis piernas
cuando el hombre del sombrero tropezó y a punto estuvo de caer al suelo. Lo que
parecía un simple movimiento erróneo, unos pasos mal conectados, acabó
convirtiéndose en un gesto realmente artístico, más propio del patinaje que de
un simple paseo por la ciudad. Con la nariz más cerca del suelo que del cielo,
el hombre del sombrero consiguió extender su pierna izquierda en un acto
reflejo, dejando el brazo izquierdo estirado en paralelo al suelo, y el puño
del derecho pegado a las lumbares. Si tenéis un momento os invito a que
recreéis la situación, os sentiréis como auténticos patinadores. La cuestión es
que aquel hombre, después de su curioso movimiento, comenzó el ritual de
ocultamiento: Se detuvo a observar si había alguna imperfección en el suelo que
hubiera provocado el tropiezo, miró a diestro y siniestro para ver si alguien
sonreía de manera pícara, etc. Concentrado yo en el momento tan peculiar que
acababa de vivir no me percaté de que un buzón de correo se abalanzó repentinamente
sobre mí. Conseguí poner delante las bolsas, las cuales amortiguaron el golpe.
Mientras los chorros de zumo bajaban por las bolsas y llegaban a mis pantalones
y a mis zapatillas, fue entonces el hombre del sombrero quien me miró de reojo.
No me atrevo a decir que su gesto fuera de satisfacción, pero sí sé que fue
consciente de que él ya no era el protagonista de la escena. ¡Vaya con el
hombre del sombrero!
Yo creo que lo hizo a propósito, quería darte el protagonismo de la tarde. Él sólo era un actor secundario jejejeje.
ResponderEliminar¡Un besazo!
Patri.
jejejeje Es verdad! Con lo cómodo que estaba yo sabiendo que el protagonismo lo tenía él... ;-)
ResponderEliminarPero en el fondo era buen hombre y quería compartir :-)
Un besazo!!
Sencillamente Genial. Me he divertido con esta historia.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, Beatriz! Me alegro de que te haya gustado :-)
ResponderEliminar