martes, 28 de octubre de 2014

El hombre del sombrero

Iba por una de esas calles céntricas, bastante transitada, pero no tanto como las avenidas principales, en las que los empujones y las aglomeraciones son una constante. Andaba yo cargado con varias bolsas, mirando al suelo. Algunos inclinan más la cabeza hacia arriba, yo soy de aquellos que cuando va cargado va mirando al suelo, observando de reojo todos los obstáculos que tengo que esquivar. Sorteaba árboles, bancos y a alguna que otra persona que paseaba tranquilamente. Unos metros adelante andaba a una velocidad parecida a la mía un hombre con sombrero, yo lo tenía como referencia pues marcaba el ritmo ideal para mi vuelta a casa. Supe que tenía sombrero y que vestía de color marrón, porque mi visión “reojística” está realmente desarrollada, desde mi época como estudiante en la que conseguía copiarme a la perfección las respuestas del compañero (y no sólo en los exámenes tipo test). Pero no me desvío más del tema. Andaba yo manteniendo el pulso firme para que las bolsas no chocaran contra mis piernas cuando el hombre del sombrero tropezó y a punto estuvo de caer al suelo. Lo que parecía un simple movimiento erróneo, unos pasos mal conectados, acabó convirtiéndose en un gesto realmente artístico, más propio del patinaje que de un simple paseo por la ciudad. Con la nariz más cerca del suelo que del cielo, el hombre del sombrero consiguió extender su pierna izquierda en un acto reflejo, dejando el brazo izquierdo estirado en paralelo al suelo, y el puño del derecho pegado a las lumbares. Si tenéis un momento os invito a que recreéis la situación, os sentiréis como auténticos patinadores. La cuestión es que aquel hombre, después de su curioso movimiento, comenzó el ritual de ocultamiento: Se detuvo a observar si había alguna imperfección en el suelo que hubiera provocado el tropiezo, miró a diestro y siniestro para ver si alguien sonreía de manera pícara, etc. Concentrado yo en el momento tan peculiar que acababa de vivir no me percaté de que un buzón de correo se abalanzó repentinamente sobre mí. Conseguí poner delante las bolsas, las cuales amortiguaron el golpe. Mientras los chorros de zumo bajaban por las bolsas y llegaban a mis pantalones y a mis zapatillas, fue entonces el hombre del sombrero quien me miró de reojo. No me atrevo a decir que su gesto fuera de satisfacción, pero sí sé que fue consciente de que él ya no era el protagonista de la escena. ¡Vaya con el hombre del sombrero!


4 comentarios:

  1. Yo creo que lo hizo a propósito, quería darte el protagonismo de la tarde. Él sólo era un actor secundario jejejeje.

    ¡Un besazo!
    Patri.

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  2. jejejeje Es verdad! Con lo cómodo que estaba yo sabiendo que el protagonismo lo tenía él... ;-)
    Pero en el fondo era buen hombre y quería compartir :-)
    Un besazo!!

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  3. Sencillamente Genial. Me he divertido con esta historia.

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  4. Muchas gracias por el comentario, Beatriz! Me alegro de que te haya gustado :-)

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