domingo, 2 de noviembre de 2014

Nunca acabo como empiezo


No me despierto con metáforas, cuando las palabras no me dicen más de lo que significan, y simplemente me dan de forma educada los buenos días.  No me tomo un colacao con ironías, cuando tengo que ser claro, y las palabras no quieren que juegue con ellas, entonces juego con la cucharilla. Intento no vestirme con trajes de mentiras, aunque reconozco que a veces el desayuno me apacigua y siento que las verdades deben quedarse en casa. Subo a un tren de palabras cruzadas, de conversaciones esperanzadoras, mordaces críticas y quejas por habitaciones sin ordenar. Cada persona es un mundo, y un tren es capaz de contener mil mundos de camino a la oficina. Trabajo guardando silencios cuando quiero gritar verdades, y acato órdenes que a veces no comprendo. Anhelo respetos cuando a malas me exigen resultados, y siento que los “porfavores” quedaron guardados en algún cajón de un despacho. Por eso, cuando vuelvo a casa, ya no tengo tanto remilgo con las palabras, ellas me piden que me sienta libre, y que así se lo demuestre. Que les quite lentamente la ropa si son poesía, si son humor que me atasque en el cierre del sostén, o que las bese sin control si unos folios arrebatan mis emociones. Sólo quieren saber que sigo sintiendo por ellas la misma pasión que el primer día.



4 comentarios:

  1. Hogar dulce hogar... Cansa mucho dar sin recibir o sólo recibir malos modos.

    ¡Muy buena entrada Rubén! A seguir así ;)

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  2. En casa como en ningún sitio, jejeje tienes toda la razón! ;-) Muchass Gracias, Patri!!
    Un beso!

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  3. El camino de la Emperatriz7 de noviembre de 2014, 10:33

    Es tan bonita la forma como dolor esconde en su fondo. Ánimo, sigue escribiendo tan
    lindo.

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  4. Muchas gracias por esas palabras! Me alegro mucho de que te haya transmitido eso :-)

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