No me despierto con metáforas,
cuando las palabras no me dicen más de lo que significan, y simplemente me dan
de forma educada los buenos días. No me
tomo un colacao con ironías, cuando tengo
que ser claro, y las palabras no quieren que juegue con ellas, entonces juego
con la cucharilla. Intento no vestirme con trajes de mentiras, aunque reconozco
que a veces el desayuno me apacigua y siento que las verdades deben quedarse
en casa. Subo a un tren de palabras cruzadas, de conversaciones esperanzadoras,
mordaces críticas y quejas por habitaciones sin ordenar. Cada persona es un
mundo, y un tren es capaz de contener mil mundos de camino a la oficina.
Trabajo guardando silencios cuando quiero gritar verdades, y acato órdenes que
a veces no comprendo. Anhelo respetos cuando a malas me exigen resultados, y
siento que los “porfavores” quedaron guardados en algún cajón de un despacho.
Por eso, cuando vuelvo a casa, ya no tengo tanto remilgo con las palabras,
ellas me piden que me sienta libre, y que así se lo demuestre. Que les quite
lentamente la ropa si son poesía, si son humor que me atasque en el cierre del sostén,
o que las bese sin control si unos folios arrebatan mis emociones. Sólo quieren
saber que sigo sintiendo por ellas la misma pasión que el primer día.
Hogar dulce hogar... Cansa mucho dar sin recibir o sólo recibir malos modos.
ResponderEliminar¡Muy buena entrada Rubén! A seguir así ;)
En casa como en ningún sitio, jejeje tienes toda la razón! ;-) Muchass Gracias, Patri!!
ResponderEliminarUn beso!
Es tan bonita la forma como dolor esconde en su fondo. Ánimo, sigue escribiendo tan
ResponderEliminarlindo.
Muchas gracias por esas palabras! Me alegro mucho de que te haya transmitido eso :-)
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